sábado, 11 de julio de 2009

Génesis de Lauralandia

Ya lo dijo Nietzsche en la voz de Saratustra: “Sufrimiento fue, e impotencia, - lo que creó todos los ultramundos; y aquella breve demencia de la felicidad que sólo experimenta el que más sufre de todos”. Hace apenas algunos años logré comprender el porqué, antes de ese tiempo la pregunta no brotaba entre mis mayores inquietudes.
Pasados los años pude entender que ya no era una niña de seis pero, de todos modos (y por alguna razón), mi creencia en Lauralandia siguió intacta como hasta ahora, con casi 22 años. No es predicar el nihilismo, como algunos creen, respeto los valores de la vida, de la realidad, disfruto de muchas sensaciones mundanas. Lauralandia es un complemento, es…mi néctar.
¿Cómo una niña de tan corta edad llega a la idea de un mundo aparte?, es fácil de contestar si tenemos en cuenta que es en esa etapa en donde las personas soñamos sin miedo, vivimos como sentimos, con una transparencia que jamás se repetirá. La pregunta debería ser reformulada a ¿cómo un ser (medianamente) adulto vive en un mundo de fantasía?, bueno…convengamos que no me creí la crítica de que es un mundo falso. Creo que mi ultramundo es el lugar en donde comienza a proyectarse lo que voy a vivir en la llamada “realidad”, de no ser así no podría estar en este momento frente a un teclado, escribiendo sobre Lauralandia, (aquel “paripé”, como algunos piensan) porque…sí, desde allí llegaron estas palabras.
Su imagen no fue lo primero que surgió, al principio era algo dentro de mi cabeza, un lugar al que llegaba con mirar un espejo que apuntaba hacia las nubes.
Fue el andar taciturno de mi pre adolescencia el que inspiró aquél dibujo que anteriormente soñé, y pude recordar e inmortalizar en aquel primer boceto que hoy conservo celosamente. Los elementos que lo componen no aparecieron todos juntos, se fueron sumando con los años y acorde a mis necesidades.
Finalmente la hoja que había comenzado a tomar vida a partir de un corazón, llegó a la forma de Lauralandia, y…fue recién ahí cuando agregué su nombre.
En palabras, mi ultramundo sería más o menos así:
Al comienzo todo era un corazón con grandes alas, sin nada en su interior porque toda su composición estaba en mi cabeza, y sobre todo en mi espíritu soñador. Poco a poco, cada parte fue acomodada como los sillones, floreros, camas y mesas que ingresan por vez primera a un hogar.
Tenía los elementos, pero no los quería ver volando, porque no estaban tan alejados de la realidad, pero tampoco tan distantes de lo onírico. Fue ahí cuando ubiqué dentro del corazón la forma del planeta Tierra. Como este ultramundo tiene elementos de la realidad, era necesario no alejarse demasiado, pero sí lo suficiente como para no sentir la presión de este mundo en los casos que necesitara tomarme “vacaciones”. Entonces ese fue el punto medio: entre la tierra y la sensibilidad espiritual de todos los seres, aquel lugar en donde vagan los sentimientos mientras esperan ser capturados.
Tiempo después dibujé la razón de mi existencia: ni más ni menos que el amor de dos seres, somos eso…frutos del amor y de las pasiones. Pero no lo quise representar en cuerpos humanos, y por eso los dibujé como dos hermosos árboles con hojas energéticas, de colores. Ellos representan a mis padres, la razón por la que existo, el inicio de la vida. Sentarse bajo las coloridas hojas es una experiencia digna de ser vivida.
Una flor. No cualquiera. Esa flor…sí, la de la esperanza. De esa manera ilustré mis metas, mis sueños, mis deseos. No vive del agua ni de la fotosíntesis, ella se alimenta de esperanzas. Tiene una particularidad: puedo pedirle cosas, pero sólo funciona si cada tanto la alimento y la lleno de ilusiones.
En el cielo conviven tanto de noche como de día, gran cantidad de estrellas, un sol radiante, un arcoíris, y una nube que llora y llora sin parar.
Las estrellitas representan a mis seres queridos, aquellos a los que recuerdo en Lauralandia. No son cuerpos, porque ellos deben decidir cuándo entrar, no los puedo llevar. Es por eso que cuando no vienen de visita, toman la forma de radiantes estrellas.
El sol, la nube llorona, y el arcoíris, representan a los estados de ánimo. Cuando mi cuerpo y mi alma se sienten cansados y tristes, en Lauralandia la nube invade el paisaje. Cuando la felicidad es plena (esto sucede en cortos lapsos de tiempo, podría decir que son valiosos segundos por día) el sol emana doradas caricias. El más frecuente es mi querido arcoíris, algo así como tiempo/ánimo estable, colorido, ciclotímico, a punto de estallar en llanto o carcajada o…simplemente mantenerse sin importarle nada.
Por último, hay un lago en el que suelo sentarme a la espera de melodías. El lago canta por las tardes, y de vez en cuando, por la noche. Es una verdadera fiesta escucharlo divertirse.
Este mundo no tiene portales, no hay entradas. Se puede pasar por cualquier rincón, siempre y cuando quien pretenda ingresar tenga un par de alas en su espalda, y un espíritu libre de miedos. Sí, acá no temo a nada.
Una sola regla es la que corre: no puedo hacer entrar a la gente. Si me propongo ingresar algo material de manera forzada, lo más probable es que este lugar se materialice…cosa que no quiero, porque para realidades…ya tengo las del planeta Tierra.
Te invito, pasá. Es fácil…sólo hay que ver con el corazón, y volver a pensar como cuando teníamos seis años.

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