lunes, 7 de septiembre de 2009

Golpes de cincel (Por Matías Quercia)

Capítulo III

La vi y supe desde un principio lo que generaba en mi. Ya no me sentía solo. Consigna que corroboré con un simple abrir y cerrar de ojos.
Hallé en su mirada aquel amanecer. Descifré los enigmas que me intrigaban desde un principio y que posibilitaron un sinfín de sentimientos encontrados.
El mundo me puso en un lugar extraño y era uno mismo el que debía sortear el sinsabor de no correr el riesgo.
Fue allí cuando vinieron a mi mente las charlas interminables con un amigo entrañable. Paradojas de la vida, cuando éramos unos pequeños purretes que jugábamos a las canicas en la plaza central del barrio frente a la Iglesia, ambos sabíamos hacia donde nos dirigíamos. Los dos en aquel entonces entendíamos que la escritura era una pasión que nos unía. Hoy comprendo que aquello que muchas veces charlamos es posible que se haga realidad.
Las vueltas del tiempo hicieron que dentro del fino arte de escribir, los pensamientos viraran y mientras ahora uno se dedica a conformar pensamientos de la mano del tan denostado periodismo, el muchacho arrinconó su corazón frente al papel y comenzó a decir lo que el pecho le demandaba.
Si por alguna razón a él le interesaba lo que yo escribía era porque la mente imponía en mi una facultad especial para decir lo que tal vez muchos piensan pero no tienen la posibilidad de plasmarlo. Si por alguna razón a mi me interesaba lo que él escribía era porque definía en simples palabras la magia del bendito “bobo”.
Así fue como frente a ella vinieron a mí tantos fragmentos juntos de los poemas que él alguna vez supo escribir.
La vi y ante su mirada corrieron los versos…
“Soy un Sábato en la boca de una fulana cualquiera…
Y un turista en tus mejillas…
Soy un inmigrante en tu corazón nacionalista…
Y una gota de agua en la palma de tus manos…
Soy una pesadilla disimulada en tus sueños…
Y el fantasma de los cuentos que lees…
Soy un espía sin lupa, pero con ojos, para verte mejor…
Soy el admirador ideal, que viola las leyes de tu educación…
Aquellas que prohíben espiar por la ventana de tu escote…
Soy el que escribe algo en tu corazón ciego…
Y el que canta canciones en tus oídos sordos…
En una palabra… tu enamorado…”.
La repercusión que sentía en mí ante ella provocaba las evocaciones de aquellos versos.
Así fue como alguien que vivía cuestionando los ribetes de la autoridad; aborreciendo los padecimientos de su profesión; criticando a diestra y siniestra los malos entendidos de la mafia en la cual se había inmiscuido porque sentía que podía modificarlo y añoraba el tan renombrado: “Viva la libertad de expresión”; nuevamente se sentía desorientado ante el indescifrable sentido de una simple mirada.
Dicen que una mirada vale más que mil palabras. Es cierto. Yo podré situar en un papel miles de letras pero ella con una simple mirada dice muchísimo más.
Es increíble como por momentos quisiera volver el tiempo hacia atrás. Es una facultad que aún no poseo y que me gustaría tener para derribar algunas incertidumbres que se generan en mi ser.
El clima hostil del exterior poco importa. La crisis inconmensurable de otros lares se desvanece. Sólo una cosa interesaba. Simplemente una mirada podía salirse con la suya.
Allí vi todo lo que pasé para llegar hasta acá. Todos los obstáculos que puse en mi camino para que extraviara esta posibilidad. Lo empalagoso que me volvía por no entenderme a mí mismo.
Así fue cuando volvió a mi mente las palabras del gran sabio: “óyelo; tienes que escucharlo siempre. Querrás negarlo más de la cuenta pero sin que lo sepas, él va a triunfar y no podrás modificarlo. Y te lo puedo asegurar: Vos querrás que salga victorioso a pesar de las complicaciones que le vas a poner en el camino”.
Entendía lo que me quería decir. Sospechaba algo pero intuía que las palabras mágicas que disponía en su discurso eran para simplificar algo que yo solo complicaba.
El corazón triunfa aunque le impongas millones de problemas en su camino. Mucha gente dice que tiene corazón; y sólo lo dice porque siente sus latidos. Eso no es corazón. Es una máquina que se mueve al compás de su propio ruido.
Si antes de verla a los ojos, yo suponía tener un corazón era justamente porque manifestaba una compleja máquina que se movía al compás de su atestado ruido. El tiempo me demostró que la desvencijada máquina era un corazón verdadero que no se sacudía por simple impulso calculador sino que sentía con razones. Algo que la razón no siempre termina de entender.
El temblor pasó y la sacudida de la mente se manifestó para entibiar a la fría máquina cerebral. Entendía finalmente qué significaba que corra sangre por las venas buscando en alguien aquello que uno tanto añoró.
La pregunta se develaba. La respuesta la encontraba en un abrir y cerrar de ojos. Ya tenía el Qué y ahora las demás cuestiones se le acercaban para culminar el tentempié inquisidor.
No soy un polluelo que espera con ansias la regurgitación. No soy un escritor avispado que escribe con todos los dominios de las leyes discursivas en pos de argumentar una gran novela. No soy un simple niño que comprende a su padre al enterarse finalmente que no será un superhéroe de por vida.
Ahora soy alguien completo que comprendió lo que es sentir y darle la fortaleza a su corazón para que pueda manifestarse tal cual es e ir en busca de lo que desea. Es hora de sentirlo y no simplemente decirlo.
Un nuevo golpe de cincel cayó sobre mí.

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