lunes, 7 de septiembre de 2009

Golpes de cincel (Por Matías Quercia)

Capítulo II


¡Cómo cuesta realmente entenderse a uno mismo!
Tantas cosas para decirle en la cara. Me aclararon que debo decir todo lo que siento porque es una manera de abrir el corazón. Acostumbro a perder las oportunidades que se me presentan en el camino y esta vez no quería que esa oscuridad se presente ante mí. Luchar por lo que uno quiere es algo que me repetía Don Vitello y yo voy por aquello que quiero. Los miedos se desvanecen cuando esa claridad inquieta.
Medite la miope idea. Don Vitello tiene razón. “óyelo; tienes que escucharlo siempre. Querrás negarlo más de la cuenta pero sin que lo sepas, él va a triunfar y no podrás modificarlo. Y te lo puedo asegurar: Vos querrás que salga victorioso a pesar de las complicaciones que le vas a poner en el camino”.
¿Por qué le puse tantas complicaciones en el camino si esto es mucho más fácil?
¿Por qué?
“La fuerza de voluntad del corazón supera cualquier expectativa y realmente más allá que parezca un pastor brasileño que brinda consejos por doquier tratando que los demás abran sus mentes como si fuese un alquimista de la escritura… ¿Por qué yo no podía seguir mis consejos?
Me lo repetí infinidad de veces. Si esta morocha me puso contra las cuerdas. Si me movió el piso como nadie. ¿Por qué no hacérselo saber? ¿Miedo a qué? Las casualidades no existen dicen algunos. Yo las interpreto como pasajes de la vida que te encuentran desprevenido y está en vos saber aprovechar de esos giros del destino.
La magia que genera la imaginación podrá superar fronteras inesperadas y sabiendo de antemano la capacidad de cada uno para concentrarse en detalles mínimos, entiendo que lo que uno quiere debe ir a buscarlo. Tantas vueltas uno da pensando que lo mejor es quedarse con los brazos cruzados.
Ida y vuelta surcaba mi mente. Llego hasta el punto de casi perderlo todo y tal vez ni el más ingenuo de los niños podría comprender porque la fuerza del corazón acaba triunfando más allá de los obstáculos que se le generan en su camino.
El recorrido sinuoso es peligroso y a veces contradictorio. Uno no sabe entenderlo hasta que consigue la victoria.
“El mal de amores te vuelve loco. Te destruye la poca intelectualidad que te queda y terminas pensando todo el día en lo mismo”, me dijo Néstor, un amigo de la infancia con el que vivimos infinidad de aventuras.
Le quiero decir muchas cosas. Cuántas cosas que le quiero regalar. Cuantas ideas merodean por mi cabeza y siempre con la misma cantinela… no saber qué hacer…”.
Esa mañana me levanté y no sabía qué pensar. No soy de recordar los sueños pero supongo que mi inconsciente me ganó y decidió que por una vez en la vida comprenda lo que él sentía y quería que supiera.
Demasiadas palabras concatenadas en poco tiempo fue lo que ocurrió. Mucha gente me dice que los sueños no son para nada obra del azar sino que aparentan decir algo, aunque para interpretarlo hay que saber encausarlos. Las frases sueltas que el inconsciente me dijo eran difíciles de deducir y realmente pensé que era imposible comprenderlo con simpleza. Tal vez el inconsciente me estaba diciendo que no había que entender nada sino dejar que las cosas fluyeran…
Pasó demasiado tiempo y los errores se habían acumulado por obra y gracia del no saber qué hacer. Por fuerza maniquea de la inseguridad. Por temor a perder algo que no pasa.
Las 300 millones de cosas que pasaron por mi cabeza me dijeron que no debía perder las esperanzas y debía apelar a la fuerza de voluntad.
El optimismo es una de las virtudes mágicas a las que uno acude cuando se siente desequilibrado. Cuando sabe que todo podría caer en la bancarrota y decide hacerle frente a las complicaciones que uno mismo se crea.
Así como hacía Don Vitello con sus consejos, el hábito de la escritura lo adquirí de él y siempre intentaba disponer en la hoja aquello que sentía y quería que los demás supieran. Por más que estuviese desprovista de argumentos, era la manera de expresarme. Entendía que era la mejor manera de encausar mis ideas.
Por eso decidí escribir. Decirlo en simples palabras y aconsejarme a mí mismo para que todo no quede destituido en sueños incongruentes y se pueda plasmar en una escultura capaz de interpretar aquello que uno sentía.
Un nuevo golpe de cincel cayó sobre mí.

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