lunes, 7 de septiembre de 2009

Golpes de cincel (Por Matías Quercia)


Capítulo I


Estaba planeando una estrategia. Intentaba dilucidar qué ocurriría. Trataba de comprender por qué estas paradojas. Simples números: 300 millones de cosas pasaron por la mente en pocos segundos… como si fuese sencillo apenas encausar una idea y ahora todo esta situación que venía a desvanecerla.
Saben bien ustedes que son conocedores del caso. Que vivieron infinidad de momentos similares. A mí me intrigaba, no se los voy a negar. Era cuestión de entender el por qué, el quién, el cuándo y el dónde. Todas las preguntas las resolvía en mi mente tratando de descubrirlas en un abrir y cerrar de ojos. Nunca lograba alcanzar la tan ansiada respuesta. Si me preguntan sobre el Qué, lo tenía bien claro, pero se sentía vacio sin las demás contestaciones que la protegieran. Es entendible eso.
¿Cómo se sentiría un polluelo sin la seguridad de tener alrededor a su madre protectora al momento de nacer para que lo alimentara? ¿Cómo haría un escritor para plasmar en la hoja lo que pretende decir si no tiene la idea desarrollada en su cabeza? ¿Cómo se sentiría un niño cuando se da cuenta que su padre no es Súperman, sino que es simplemente su padre? Esa ausencia de respuestas es clave para entender porqué tenía en mi mente clarificado el Qué, pero al resto aún no lograba armarlos alrededor.
Un vecino que solía sentarse en el pórtico de su casa todas las tardes al menos durante dos horas diarias para escribir, tenía la particularidad de contar su vida con una sagacidad envidiable. Ese hombre canoso, con un bigote espeso y que yo cuando era chico veía desde la ventana llevar hasta su casa el periódico cada una de las mañanas, me enseñó una premisa que no voy a olvidar jamás.
óyelo; tienes que escucharlo siempre. Querrás negarlo más de la cuenta pero sin que lo sepas, él va a triunfar y no podrás modificarlo. Y te lo puedo asegurar: Vos querrás que salga victorioso a pesar de las complicaciones que le vas a poner en el camino”.
Aquellas palabras me estremecieron. Me dejaron como quien no quiere la cosa sin palabras. Acaso yo que según parece tengo palabras para todo, aquel día supe que a las palabras se las lleva el viento. Que de poco sirven si no son sentidas. Que carecen de valor si no nacen de nosotros mismos con el fin de alcanzar un objetivo que suponemos lejano.
El anciano tenía razón con lo que decía. ¿Por qué no lo iba a escuchar si todo lo que señalaba era una enseñanza para mí? ¿Por qué lo iba a negar si siempre que habló conmigo me trajo la palabra justa como si fuesen golpes de cincel del mejor escultor del mundo?
Hace algunos años cuando comenzaba el largo y complejo trayecto de la adolescencia me insinuó algo que cayó como piedra sobre mi cabeza: “Llega un momento en la vida de todo joven en el que se da cuenta que su padre no es un superhéroe y pasa a ser la peor persona del mundo hasta que uno se da cuenta que es el mejor humano que ha pisado la faz de la tierra”.
Es verdad muchachos. Se lo digo ahora que ustedes son jóvenes. Existe un instante preciso en el que entienden que ustedes son más fuertes que sus padres. Tienen más destreza física. Lo superan por amplio margen. Aquellos que cuando niño, nos permitían ganar hasta en la batalla naval porque justamente éramos niños y disfrutaban al ver nuestra sonrisa, ya no están para algunos trotes...
Darse cuenta que el padre no es un superhéroe capaz de derrotar a los villanos de turno al estilo Hombre Araña o los Cuatro Fantásticos es lo peor que le puede suceder a un niño que está naciendo a su juventud. Saber de antemano que ya no es él, el que debe mermar sus fuerzas para que te deje ganar, sino que es uno mismo el que debe aminorar la marcha para verlo contento.
Ese instante suena trágico. Puede ser porque dejas de endiosar al viejo para maltratarlo, ya que supones que te estuvo engañando toda la vida y ahora paso a ser el villano de turno que difícilmente alcance la gloria de tan deshilachado que está.
No hay que ser maximalistas con estas cuestiones y se debe entender lo que dijo el sabio anciano: “Tu viejo ya no es un superhéroe; ahora es humano. Es el mejor padre del mundo”. Otro golpe del cincel.
Durante mucho tiempo me quedé pensando sobre las palabras justas que solía utilizar aquel vecino. Tuvo una vida bastante interesante y se han generado en el barrio algunas historias dentro de su estirpe que terminaron conformando en aquel extraño personaje una especie de mito inigualable que le daba brillo a la ciudad. Para que se den cuenta le comento lo siguiente: Un día lluvioso de invierno al conmemorarse 100 años del nacimiento del club “Juan Sifriano Domínguez”, donde habitualmente jugaba al fútbol con mis compañeros del colegio, el anciano, quien diariamente pasaba derecho hacia el bufet del lugar para tomar un café y leer el periódico metódicamente, nos contó una historia muy particular que está en el recuerdo de todos los hombres y mujeres que alguna vez han pasado por estos lares.
Dicen las malas lenguas que cuando joven, en su lejana Italia donde vivió gran parte de su vida, Don Vitello -así era conocido dentro de las fauces del barrio-, era un conspicuo atleta que tuvo la dicha desgraciada de participar de la Segunda Guerra Mundial.
Sabrán de antemano que presenciar un conflicto bélico es algo terrible y sanguinario que genera en los participantes un sinfín de sensaciones que carecen de explicación con simples palabras. Pero el muchacho siempre supo poner en su boca aquello que quiso decir para que los que lo escucharan tengan la posibilidad de aprender de sus enseñanzas, de su experiencia y de su capacidad para motivar a los demás a llevar a cabo acciones que comúnmente no realizarían por sus propios medios.
Así fue como nos contó sobre la gran aventura que significó para su cuadrilla combatir en el frente de batalla. Como escaparle al miedo y vérselas con la muerte tratando de esquivar su tan cercana sombra. Vivencias del momento que se concientizaban en las mentes de los oyentes. El viejo era marino y acompañaba a los grandes jerarcas del enorme convoy que libraba la guerra. Con ese privilegio a cuestas, las posibilidades de recambio en su posición en el campo de juego del “TEG realista” eran constantes. Los recorridos nocturnos eran persistentes y la movilización estaba a la orden del día porque nunca se sabía cuándo un ataque caería por sorpresa sobre sus cabezas. Acompañar a los jefes era una chance inigualable en donde uno se podía sentir más seguro pero también mucho más endeble. Los ataques a los magnates del combate eran obvias y el peligro se podría producir en un abrir y cerrar de ojos. Así fue como se produjeron dos recambios de embarcación en pos de facilitar los acercamientos entre los líderes del bando italiano.
Noticias posteriores mientras transcurría la guerra confirmaban las paradojas de la vida y Vitello comprendía que para algo estaba signado en la vida. En dos oportunidades en las que se trasladó a distintos barcos, la embarcación precedente al poco tiempo caía en el fondo del mar. Las profundidades del océano carcomían los sueños de unos pocos y jugaba con el destino de Don Vitello, quien rescataba esas enseñanzas que le dio la vida para comentar en años posteriores. Son un símbolo aquellas aventuras increíbles que lo vieron transcurrir en su juventud. Piensen ustedes como se sentirían si se enteran que su vida corrió peligro durante un largo periodo de tiempo y qué le contarían a los demás si comprenden que estuvieron conversando con la muerte en dos oportunidades y finalmente terminaron saliendo indemnes de esa crisis. Siempre se aprende de lo que a uno le toca vivir. Esa es una ley pasajera que recorre el tiempo y nunca pasa de moda. El anciano era un estandarte en eso. El nunca pasaba de moda.
Vitello era maravilloso si se piensa que todo lo contaba con una lucidez envidiable. Los chicos lo escuchábamos como si fuesen palabras santas las que salían de su boca y las peripecias que tuvo su vida sin duda se repiten una y otra vez en las inmediaciones del barrio.
Por eso sus enseñanzas son tan precisas. Su legado es uno de los emblemas que quedó registrado en mi mente como a tantos otros jóvenes de mi generación que hoy traslada de boca en boca las inquietudes que genera este paradigmático personaje.
Una nueva ronda terminó. Váyanse a jugar que en otro momento seguimos con la charla y las increíbles historias de Don Vitello.
Pero… ¿qué me quiso decir con aquellas palabras? Me retiré del club donde nos juntamos con algunos muchachos periódicamente para brindarles a los más jóvenes la posibilidad de conocer la cultura hablada de las figuras del barrio. Esa pregunta me rodó por la cabeza. Lo medité demasiado durante un largo tiempo y realmente me costaba entenderlo. Sabía que tenía razón, pues realmente me dio motivos para que sus sabias palabras jamás se equivocaran. Todo era cuestión de tiempo.


*Este cuento pertenece a un gran amigo con el que este último año compartí bastante. Por estos días se apareció por mi msn y me comentó sobre un cuento que había escrito, basándose en vivencias personales. Agregó también que mi blog era el lugar en el que quería publicarlo, eso me llenó de alegría.
En este mismo cuento, se incluye una poesía de Walter Molina, amigo de Matías, "conocido" mío.
Mati:Gracias por ser mi amigo, por compartir la locura, los sueños, las sonrisas, las tristezas, los días, las charlas. Gracias por estar acá y en todos lados.
Como además de ser fundamentalista del corazón también soy Tequierista...te digo ¡TE QUIERO AMIGO!

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