martes, 8 de diciembre de 2009

Capítulo III: Siete años después…


Esa mirada tardó en llegar. La esperó durante años y cuando la tuvo se encontró con un par de ojos enfurecidos. Llorosos. Así se veían sus ojos después de tantos años. Tristes y llenos de rencor. Ya no eran esas enormes canicas marrones, profundas y tiernas que lo miraban por aquellas tardes en las que permanecían tirados en el pasto de la plaza que los vio crecer.

Felipe la miró fijo y con ganas de abrazarla muy fuerte. Ella permanecía quieta. Él no hacía más que chocar con aquella mirada, como si intentase aplacar la ira, como si buscase algo de bondad. Pero no. Cuanto más se sumergía en ese mar de lágrimas, más sentía el sabor a cicuta de aquellas gotas, más se envenenaba, y más se desvanecía el sueño de volver a tenerla entre sus brazos.

La descubrió de mil formas en pocos segundos, pero ninguna era la de esa jovencita que parecía volar por las calles entre miles de colores. Ella se veía apagada, triste, parecía no tener motivos para volar esta vez. Y de tanto mirarla comprendió que no le pertenecía.

Y volvió a la realidad. Ella tenía a su lado una valija y un bolso de mano. Se iba y, aunque Felipe no lo supo hasta un rato después, prefería nunca volver. Ella intentaba escapar de su pasado pero… ¿Qué tan terrible puede suceder para que alguien quiera irse de la nada y sin aviso? Esa y otras preguntas se repetía una y otra vez Felipe, sin poder encontrar respuestas.

Tras cinco minutos de miradas, diálogos internos y silencio absoluto (a pesar de las bocinas, gritos y motores típicos de una ciudad que amanece), decidieron cruzar palabras.

-¿Te vas?

-Así parece.

-¿Lejos?

- A Toledo.

- Lejos.

- Lo suficiente.

- ¿Para siempre?

Las palabras de Felipe eran temblorosas. No le salían oraciones, sólo preguntaba en pocas palabras mientras se tragaba los nudos de la garganta.

-Sí, La idea es instalarme allá y no volver más.

El silencio volvió a hacerse presente hasta que ella lo miró fijo y dijo:

-¿Sabés qué? Estaba segura de que hoy te iba a encontrar acá. Algo me decía que tenía que pasar a esta hora para verte por última vez.

Él quedó atónito, aturdido. No lograba unir la cara de odio con la idea de que ella quiso verlo por última vez.

Malena lo tomó de la mano y sacó del bolso un montón de sobres atados con una cinta violeta. Eran esas cartas. Los sobres eran los que siente años atrás él le había enviado con tanto amor.

Felipe no entendía lo que pasaba. ¿Por qué Malena le devolvió todas esas cartas? Prefería no pensarlo y disfrutar de esos últimos minutos. La calle se había vuelto solitaria, se había paralizado para ellos.

-Quiero que las tengas vos. Ahí está la respuesta a tantos años de soledad.

-¿De qué hablás?

-Y sí. Apareciste de la nada cuando me estoy por ir, cuando decido rehacer mi vida. ¿Sabés todo lo que me costó tomar esta decisión?

-Perdoname. No quise que eso pase. Éramos chicos, no sabíamos lo que hacíamos.

-No sabíamos. Ahora sé. Por eso decido alejarme.

-¿No nos vamos a volver a ver?

-Espero que no. Prefiero alejarme de tu ausencia. Debí hacerlo hace años.

-¡No te vayas!

-Es tarde, el tiempo no vuelve, el tiempo pasa y nosotros olvidamos.

Malena tomó su valija y continuó su camino hacia una boca de subte sobre la siguiente cuadra. Felipe quedó desconcertado. Miraba las cartas y no podía entender el significado, tampoco se animaba a desatar el lazo.

Ese día la imaginó en cada avión que volaba por el brilloso cielo de otoño.

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