martes, 22 de diciembre de 2009

Capítulo VI: Ella


El avión parecía infinito, el viaje eterno. Ella estaba ansiosa por llegar porque consideraba que bajar del avión sería el equivalente a dejar atrás años de sufrimiento. Ya no podía esperar, cerraba los ojos para imaginarse caminando por aquellas calles empedradas típicas de Toledo.

Por fin – y ya casi asfixiada por esas ganas de querer ser- sintió el aire en su rostro. Le pegaba tan suave que las imaginó como todas esas caricias que le hicieron falta durante años, y que nadie le había dado. Se sintió libre y más segura…se sintió a salvo.

Bajó del avión, caminó hasta el colectivo que la dejaría en la entrada. Observó la escena, quería guardar aquella primera imagen del comienzo de una nueva vida. Tomó un taxi, observó la ciudad y pidió al chofer que frenara. A pesar de que las maletas eran pesadas, prefirió seguir a pie. El paisaje era muy hermoso como para desperdiciarlo en auto.

Comenzó a caminar, casi ni sentía el peso del equipaje. Una vez más sintió libertad, sintió que volvía a nacer, que la vida iba a ser mejor allí, que ya nada podía hacerla caer, que mirar por la ventana de un quinto piso ahora tendría otro sentido. Y sobre todo, supo que la calle San Juan ya no iba a existir.

La noche estaba pronta a llegar y en el cielo se podía ver la marca de la luna que se esforzaba por salir. La llamaba, le pedía a gritos que la observara.

-¿Cuántas veces pensé en seguir la luna?- se preguntó a sí misma con la seguridad de que apenas saliera, ella no descansaría un segundo porque retomaría aquella vieja costumbre que tuvo de pequeña.

Y así fue. Pasó toda la noche caminando mientras miraba al cielo. Intentaba alcanzar la luna. Pensaba que, de tanto caminar, sus pies se despegarían del suelo y emprendería viaje hacia la media luna visible en aquel inmenso nuevo cielo.

La sonrisa no se le borraba del rostro, era como si la ilusión de llegar a posarse sobre aquella luna la llenaba de energía. Y así continuó. Caminó toda la noche en busca del vuelo, no se sentó ni un segundo. Y el lucero la sorprendió. Bajo el resplandor, se sentó en un viejo tronco, abrió un bolso y sacó una tableta de chocolate amargo. Saboreó cada pedacito mientras observaba la grandeza del lucero. Finalmnete se quedó dormida y soñó que llegaba a posarse sobre la luna.

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