lunes, 4 de enero de 2010

Capítulo VIII: Las edades sin amor



Malena no tuvo una vida fácil. Su infancia estuvo llena de olvidos: un padre ausente del cual nunca supo nada; Adela, una madre a la que no se le podía preguntar por Amadeo – ese era el único dato que tenía de su padre, el nombre – porque se volvía histérica, una abuela de esas que quieren que sus nietas sean perfectas “señoritas inglesas”, y una personalidad inquita que le pedía a gritos saber algo de su padre y no hacer caso a esa señora aburrida y refinada.
Nunca pasó por necesidades materiales, provenía de una familia adinerada, producto de una importante herencia de su abuela. Juguetes, ropas, golosinas, salidas entre parques de diversiones y shoppings. Tenía todo y le faltaba todo.
Nunca recibió un abrazo de su abuela, jamás fue con su madre a la plaza, no supo lo que se sentía tener un padre. Una infancia solitaria, eso es lo que tuvo Malena. De la escuela a su casa, de las clases de patín a la casa de alguna amiguita, y de ahí a su casa; siempre igual, tan cargada de la nada misma. Se sentía como caer en un vacío sin fin.
La adolescencia fue algo distinta. En su casa nadie sabía si ella estaba o no, su madre y su abuela estaban siempre ocupadas en tratamientos de belleza, compras y otras cuestiones que la eliminaban de la agenda diaria, y fue por eso que aprovechó para relacionarse con jóvenes de su edad.
Así conoció a Felipe, casi por casualidad y de tanto verlo por la calle.Un día se hablaron. Más tarde ella lo vio en el mismo colegio al que asistía, se hicieron compinches y luego descubrieron que sus sentimientos eran mayores: descubrieron que se amaban.
Se juntaban por las tardes en la placita. Un grupo de chicos que practicaban malabares y acrobacias los invitó a unirse y, al poco tiempo, ambos terminaron por formar parte de un grupo de clown callejero.
Adela estaba indignada. Sólo pensaba en qué podían llegar a decir las madres de las muchachitas del grupo de patín al enterarse de que una de sus miembros formaba parte de un grupo callejero. Pero a Malena no le importaba nada más que soñar con el momento en que cumpliera 18 años, porque su idea era irse lejos de todos esos inútiles lujos.
La debacle familiar comenzó una mañana de enero. Con 18 años, Malena decidió a buscar un empleo que le permitiera juntar algo de dinero para alquilar algo e irse de su casa. No necesitaba la fortuna de su familia, ella quería “bancarse sola”.
Una tarde la llamaron de una oficina en pleno centro, el puesto era de secretaria del contador de una importante editorial. Entusiasmada, fue a la entrevista laboral convencida de que ese empleo pronto sería suyo.
Le preguntaron por muchas cuestiones: si se pensaba casar, cómo se veía dentro de cinco años, cómo se describiría en una palabra. Luego llegó la hora de los dibujos. Esos insoportables test psicológicos que hacen que uno no sepa qué dibujar y cómo, que dude de cada línea hasta sentirse un completo idiota.
A pesar de las preguntas “raras”, los encargados de tomar empleados se mostraron contentos con la actitud de la jovencita que no paraba de sonreír de puros nervios. Le dijeron que al otro día debía hacerse los exámenes previos al ingreso, esos “de rutina”.
Al día siguiente se levantó temprano y caminó hasta el sanatorio en donde le harían varios estudios. Al parecer había salido todo normal, pero los resultados estarían en 10 días. Fueron los más largos de su vida, no por lo que dirían, sino porque ese trabajo era la puerta abierta a una nueva vida, lejos de su madre.
Esa tarde caminó con Felipe hacia el club donde practicaba patín.
-¿Cómo te fue hoy?
-Creo que está todo bien. Viste que yo no soy de enfermarme así que…
-Y sí, seguro que sale todo bien.
-Esperemos.
-¿Me puedo quedar a ver cómo patinás? Me gusta mucho.
-Bueno, quedate y después vamos a tomar un helado.
La caminata y los helados se repitieron cada tarde. Estaban siempre juntos y tan felices que ya habían olvidado los problemas.
Felipe era algo distinto. Venía de una familia de músicos, amantes del arte, melómanos. Y todo eso lo heredó, había comenzado a estudiar música y se especializó en violín y guitarra. Todas las tardes llevaba sus instrumentos y le sacaba enormes sonrisas a Malena. Era la única forma que tenía de verla feliz.
Pasaron diez hermosos días. Y una tarde sonó el teléfono.
-¿Hola?
-¿Qué tal?, la señorita…Malena García…
-Sí, soy yo.
-Soy el doctor Martínez, del Sanatorio Santa Victoria. Hay algo de tus análisis que me gustaría charlar personalmente. ¿Podés pasar mañana?
-Sí, mañana a primera hora estoy allá.
Cortó el teléfono con una sensación de que algo andaba mal. Caminó unas cuadras hasta la casa de Felipe y le pidió si podía acompañarla al sanatorio al día siguiente. Él dijo que sí, que siempre estaría con ella, y que no se preocupara tanto.
Llegó el día. Malena temblaba y estaba pálida como una hoja. Tenía mucho miedo, su instinto le decía que las noticias no eran buenas.
Se sentaron en la sala de espera. Charlaron sobre los shows que realizarían por la tarde en la plaza del barrio, repasaron una rutina de clown, hablaron sobre lo que pasaría luego de que ella se fuera de su casa…pasó tanto tiempo que ya se había olvidado el motivo por el que estaba en aquella sala pintada de un inmaculado blanco y enormes ventanales.
Se abrió la puerta del consultorio.
-Malena, ¿sos vos?
-Sí, doctor. ¿Qué tal? Él es Felipe, mi novio. ¿Puede pasar?
-Sí, va a ser mejor que pase.
Se sentaron frente al escritorio y observaron las caras del médico que miraba una y otra vez cada hoja.
-Bueno, no tengo buenas noticias para darte pero de todas maneras te lo tengo que comunicar.
- No me asuste doctor.
- No, no es para asustarse. Justamente, la gente se asusta y así estamos. Lo que te voy a decir no va a ser lo mejor que escuches en toda tu vida, pero te aseguro que tu rutina no va a cambiar demasiado si arrancás con los tratamientos.
-¿Tratamientos?, ¿qué pasa, doctor?
-Los análisis de sangre no salieron bien. Te hicimos el test de VIH y…dio positivo.
Malena se quedó muda, casi sin poder respirar, pálida y con los ojos llenos de lágrimas. Felipe no sabía qué hacer, su cara parecía la de alguien que había visto un fantasma.
Afortunadamente, en el trabajo la tomaron igual. Pero ya nada importaba, ella no entendía lo que pasaba y, por un instante pensó en su padre, en esa imagen que desconocía pero que se había inventado.
Caminó con Felipe. Él, shockeado, se quedó en su casa; Malena caminó hacia la suya.
Entró decidida a comunicarle la noticia a su madre pero no la encontró. Se tiró en el sillón, lloró y se quedó dormida, con un gesto de tristeza en el rostro.
Pasó ahí toda la tarde. Durmió imaginándose que vivía un sueño pero, al mismo tiempo, esperó el regreso de su madre para preguntarle mil cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Vos decís?