lunes, 18 de enero de 2010

Capítulo X: Una charla pendiente


Lo miraba una y otra vez, observaba lo que la rodeaba, lo volvía a mirar. Le parecía increíble estar tan lejos de sus raíces y al mismo tiempo tan cerca de todo, de su adolescencia, de su barrio. Los ojos de Felipe reflejaban todo, tanto, que ella creía que el mundo cabía en una mirada.

Permanecía ahí, tácito, misterioso, histórico. De tanto mirarlo, él le devolvió el gesto con sus ojos cansados de tanto pensar en cómo pedir disculpas.

-Lo que hice no estuvo bien.

-No soy quién para decir lo que está bien o lo que está mal. Fue lo que te salió, habrá sido difícil para vos.

- ¿Entonces?

- Entonces está todo bien. De verdad, no tenés que preocuparte. Además, no fuiste el único que hizo eso.

Malena bajó la mirada como evitando el llanto comprimido y reprimido desde hacía varios años.

Se hizo nuevamente el silencio ruidoso típico de la ciudad, con esas voces anónimas que parlotean sin para. Felipe quiso saber más.

-¿Y… encontraste a tu papá esa tarde?

- Algo así. Fue un gran sufrimiento. Llegué a la casa donde vivió durante su adolescencia, y me encontré con una señora. Era su mamá, mi abuela. Le dije quién era y no soportó…se largó a llorar desconsoladamente.

-¿Por?

-Estaba muerto. La enfermedad lo había consumido un par de años atrás.

-Lo lamento.

-Fue muy triste, no lo pude conocer. Después de ese día, pasaba horas enteras frente a su tumba mientras le contaba sobre mi vida y observaba la fotografía ubicada frente a un “te recordaremos siempre” que obviamente no pude cumplir.

- ¿Y tu mamá?

-Ese es otro tema. No le agradó para nada la idea de que yo vaya a la casa de mi abuela paterna. Y no fue sólo eso. Las cosas empeoraron cuando me fui a vivir sola.

-¿Se pelearon?

- En realidad yo le había pedido que se hiciera el test del VIH y no quiso.

- ¿Entonces?

- Las peleas por ese asunto eran inaguantables. Me fui de casa.

-Y… ¿No la viste más?

-Sí. Una tarde se apareció en casa con los resultados del análisis. Había dado positivo.

- Habrá sido terrible.

-Sí. Enterarme de eso, cambiar de club porque por la enfermedad me dijeron que ahí no podía patinar más, aguantar las caras de susto de la gente…Fue difícil, estaba muy sola.

-Y yo que me comporté como un nene…

-Para ser sincera, te necesité mucho. Pero no tenés la culpa. Enterarte de esa manera, tan de golpe.

-¿Y tu mamá cómo lo tomó?

-Era algo que ella ya sabía. No lo quería asumir, no se quería medicar. Con ella fue una lucha, con mi abuela otra.

-¡Cierto!, esa señora habrá puesto el grito en el cielo.

-Sí, mi abuela fue una de las causas de mi gran escape. Me fui para no escucharla. De ignorarme completamente, pasé a ser su depósito de insultos y maltratos.

-¿No la viste más?

-La vi hace unos días, cuando fui a casa para decirle a mi mamá que me venía para acá. Me miró como quien observa a un muerto, me abrió la puerta y bajó la vista.

Aunque fue un relato breve, Felipe sintió tanta rabia de su comportamiento que no podía mirarla a los ojos.

Ella no le guardaba rencor. Se la veía tan tranquila consigo misma, que transmitía paz a quien se cruzara en su camino.

Felipe la observó y dijo “uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

Malena no pudo evitar el llanto. Con la voz entrecortada dijo: “He perdido cosas que nunca tuve, ¿cómo es posible que sepa que ya no están?

En ese momento, él se detuvo en esa frase y notó que el corazón de la muchachita nunca estuvo en sus manos. Se dio cuenta de que perdió algo que nunca tuvo.

El aire se volvió tenso. Si seguían ahí sentados, la herida volvería a abrir. Felipe ofreció una caminata que fue aceptada por la pálida muchacha, y juntos se fueron a ver la entrada del sol.

La charla sobre el pasado continuó durante todo el trayecto, pero la caída de sol fue como un pedido de tregua, la bandera blanca que marcó un alto al fuego en sus corazones.

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