viernes, 2 de abril de 2010

Capítulo XIII: Sobre la última hoja escrita


El cuaderno completamente deshojado voló por todas partes. Con el pasar de los días las hojas se fueron esparciendo hacia lugares más lejanos. Algunas no tuvieron suerte y fueron víctimas de aguados cordones de la calle, otros al menos fueron leídos por curiosidad por esos chicos que esperan el colectivo sentados en el cordón, en plena madrugada dominguera. Del resto podría decirse que quedó atrapado entre los árboles.
Pero hubo una hoja que tuvo particular atención. Una tarde otoñal, como aquellas en las que esta historia comenzó a cambiar de rumbo, una mujer que caminaba apurada y mirando al piso –como si todo alrededor no existiera- tuvo la mala suerte de que su maletín se le abriera en medio de la calle, dejando caer centenares de papeles que –a juzgar por la cara de horror que puso- resultaban muy importantes.
La mujer se agachó y juntó las hojas sin notar que se llevaría consigo un folleto de la pizzería “La Dorada” y un papel manchado, pisoteado y borroso. Era nada más y nada menos que la última hoja del diario de vida de Malena. Claro que la mujer no lo supo en ese momento, estaba tan alterada que le daba lo mismo levantar documentos importantes, que un folleto sobre pizzas.
Aturdida por sus dos teléfonos celulares que parecían sonar sólo para recibir problemas y asuntos complicados, la mujer llegó a su departamento y abrió la puerta mientras sostenía uno de sus teléfonos con el hombro, y mantenía de pie su maletín ajustándolo con sus piernas.
Parecía hacer todo de una manera rápida, como queriendo terminar para luego continuar realizando tareas que no quería. En la casa no había fotos familiares. Ningún retrato se posaba sobre su mesa de luz, tampoco sobre los muebles del comedor, no había mascotas, ni ambiente de hogar. Daba la sensación de que estaba realmente sola.
La mujer que parecía muy seria y ocupada se sacó los zapatos y se tiró en el sillón con el maletín en la mano, lo abrió y comenzó a ordenar el terrible caos que eso le representaba. Apiló algunas hojas que más tarde abrochó, pero dos le quedaron sueltas: el folleto de la pizzería y una hoja rotosa y sucia.
Ella jamás permitiría tomarse unos minutos para leer algo que ni siquiera le pertenecía. Un segundo en su vida era mucho tiempo perdido, y lo que menos necesitaba era retrasarse en sus quehaceres. Aún así, el papel logró sedarla por un instante en el que se acomodó en el sillón y observó los trazos. Continuó explorando: observó los pisotones, las manchas de barro y la tinta corrida. La intriga la superaba y entonces comenzó a leer:

“No tengo conocimiento de cómo y en qué condiciones llegó a tus manos este cuaderno, a lo mejor deba decir ‘esta hoja’ o, simplemente ‘este fragmento de hoja’. Lo cierto es que en tus manos tenés la historia de vida de Malena, mi historia de vida. Y la quiero compartir con vos que, por alguna razón, cargás con estas líneas entre tus manos.
Mi vida estuvo plagada de negativas. Nací en una familia de la alta sociedad (con la cual no me identificaba),crecí pensando que tenía un padre muerto, y bajo la ignorancia y la falta de cariño de mi madre y mi abuela.
La infancia fue relativamente triste, pero la adolescencia trajo todas las tragedias: un padre vivo, al que me negaron y al cual encontré cuando ya había muerto a causa del VIH, enfermedad que también descubrí de casualidad debido a la ignorancia de mi madre que creía que no saber era mejor que reconocer que ambas estábamos enfermas.
Yo creía que el VIH me había quitado a mis amigos, a mi familia y a Felipe, el gran amor de mi vida.
Escapé pensando que, de esa forma, todo lo malo se iba a alejar. Me fui lejos de mis seres queridos y de los que no quería también. Pero la angustia fue más grande. Mi vida fue un zig-zag sin razón, nada tenía sentido y, el pensar que la noticia de la enfermedad era lo peor que me pudo haber pasado, me hacía creer que realmente no debía estar en ningún lado.
Pero Felipe volvió, el sí pudo asumir lo que yo tenía. El problema era yo y nadie más.
Pero decidí volver y empezar de cero. Me propuse asimilar mi enfermedad y no tomarla como una lucha sino como una oportunidad. Una buena razón para valorar la vida, para entender al resto, para entenderme. Una oportunidad para hacer todo aquello que nunca hice por pensar que el tiempo me sobraba.
No sé cuánto más va a durar este paso, tampoco quiero saberlo. Lo que sí quiero es dejar una huella, quiero que mi vida no se apague sin haber hecho algo por alguien. A lo mejor por vos, que a veces no notás las cosas lindas que te rodena, que no tenés tiempo para salir a caminar con un amigo, para observar la realidad, o simplemente viajar en auto mientras el viento te acaricia el rostro. A vos que podés ganar una guerra en un segundo pero que no podés aguantar tres minutos de llamado cuando se trata de tus afectos…porque claro, sos una persona muy ocupada.
Me di cuenta de que el problema pasa por uno mismo, por la aceptación que cada uno debe lograr para poder aceptar al resto. Si yo no cambiaba, no podía pretender que el resto lo haga conmigo. Es por eso que te escribo, para pedirte que no pierdas tu tiempo, que valores tu vida, que disfrutes de cada situación, y que abras la mente. Porque hoy soy yo, pero a cualquiera le puede pasar. Por eso te advierto: la vida es una sola, no dudes…sólo actuá.
No observes al resto con frialdad, puede que esté necesitando algo de comprensión. Puede que seas vos quien la necesite y aún no te hayas dado cuenta.
No ignores lo que está a tu alrededor, eso puede hacerte mal. No pretendo que seas un santo o una santa, pretendo que reflexiones sobre tu vida y sobre lo que te rodea. Que puedas sacarte todo ese prejuicio de adentro y que empieces a vivir libremente, que puedas conocer, que sientas de verdad, que cortes la anestesia y no te guíes por el qué dirán.
En definidas cuentas, pretendo que vivas.
Si tenés esta carta en tus manos y ya la leíste, te pido que la tires, no te la quedes porque no serviría de nada. Lo que sirve está en vos y en tu fortaleza, y desde allí podés cambiar las cosas.
Hasta siempre”.
Malena


La mujer, que leía cada vez más lentamente la carta, se apoyó sobre una almohada justo en la línea final. Tratando de mantener su postura, cerró los ojos, corrió una lágrima por su mejilla, y se quedó dormida durante varias horas. Fue un sueño profundo, el primero del comienzo de su nueva vida.



Las Edades Sin Amor.·.·.·.

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