"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos"
Rayuela, Julio Cortázar.
Fue un día cualquiera que ella subió en ese vagón repleto de gente, en
algún rincón del conurbano. Anduvo tres estaciones buscando en qué pensar, el viaje la aburría mucho. Se puso los
auriculares y se metió en esa historia de amor que esconde “something”, de los
Beatles. La cuarta estación cambió el viaje. Se abrieron las puertas, la gente
empujaba para poder bajar, ella intentaba mantenerse en ese pequeño espacio que
había encontrado. Miraba hacia la puerta porque por alguna razón no se cerraba,
eso no le gustaba. Subió él. Él y su sonrisa. Él, que tenía la misma altura que
ella y él, sí, el que llevaba “Un tal Lucas” en una mano.
Se miraron. Quedaron parados frente a frente, sin posibilidad de moverse.
Encontraron lugar para sus cuerpos pero difícil se les hacía encontrar un lugar
para sus miradas. Ella se daba vuelta para ver por qué estación andaba, entonces
él la miraba. Cuando volvía a voltearse, ella notaba que él la miraba pero él
hacía de cuenta que no, y llevaba la vista hacia otro lado. Entonces era ella
la que observaba y luego llevaba la vista hacia otro lado, como para que él no
note lo que estaba pasando.
Quinta estación. Subieron más personas. Ellos estaban cada vez más cerca.
Era como si alguien intentara traspasar los cuerpos para unir las almas. Ella
percibió en él buena energía, le transmitía mucha paz, aunque seguía nerviosa.
A él le gustó el perfume que ella llevaba. El gesto con la nariz y la sonrisa
que le chantó en la cara aun cuando ella lo observaba, lo delataron.
No quedaba mucho tiempo, ella tenía que bajarse. Por un eterno instante se
chocaron sus manos. Los separaba Cortázar y ese desconocimiento del otro tan
anónimo como atractivo que lleva consigo el transporte público. Se miraron.
Era el fin. Ella debía bajarse. Lo miró a los ojos y le pidió permiso. La
miró a los ojos y le contestó “sí, pasá”. Ese día a esa hora y por esa
minúscula cantidad de minutos el amor fue eterno. El tren se fue. Nadie notó la
partida, salvo ellos, que de esa eternidad se llevaron un instante.
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